jueves, julio 23, 1998

TUS BRAZOS ENREDADOS


MENCIÓN EN EL CONCURSO LITERARIO ORGANIZADO POR

LA CASA DE SALTA Y EDITORIAL GOFICA 1999

Hoy tus brazos se quedaron prendidos de mi cuello como una gargantilla.
Al principio no me di cuenta, subí al 151, como de costumbre, y saqué el boleto ante los ojos desorbitados del colectivero. Un hombre de bigotes y corbata me empezó a mirar pero, no le di importancia.
El colectivo no estaba lleno pero, tampoco había asientos libres por lo que me fui para la parte trasera donde siempre es más fácil encontrar lugar. Pero no; y encima el de bigotes seguía mirándome.
El 151 dobló en Córdoba y se bajaron algunos pasajeros pero, no se desocupó ningún asiento.
Un viejo, que estaba sentado al lado del de bigotes, me miró y se sonrió. Le debo haber caído simpática o quizás le recuerdo a su nieta –pensé. Pero no. No puedo ser parecida a la nieta de todos esos viejos que están ahí atrás y tampoco a la que tendrá esa pareja dentro de muchos años.
La situación me empezó a molestar. ¿Tendría algún botón del vestido desabrochado? No. ¿Algo en mi cara? ¿Mi pelo despeinado por tus manos? Llegué a pensar que ellos estaban viéndonos a nosotros besándonos entre la colcha roja de tu cama. ¡Allá ellos! ¡Lo que se pierden! Y por un momento mi mente se fue a tu boca. Fue en ese momento que sentí la presencia de tus brazos alrededor de mi cuello.
Una señora muy bien vestida y cargada con grandes bolsas doradas, se levantó del tercer asiento y dirigiéndose ya para la puerta trasera, me dio una palmada suave y me felicitó. Tus brazos se agarraron con fuerza de mi cuello y, entonces, los vi.
Desnudos, contraídos los músculos, se resistían a dejarme. Acerqué mi mano izquierda a ellos y los acaricié. Los sentí ronronear en mis oídos.
Nos sentamos (tus brazos y yo) en el asiento que había dejado la señora de las bolsas doradas y nos dedicamos a acariciarnos suavecito. Me sentía feliz de estar acompañada y los besé para demostrarles mi agradecimiento. Uno de ellos (el más atrevido, que creo es el derecho) bajó hasta el escote de mi vestido, por eso tuve que darle un manotón y mandarlo otra vez para mi cuello.
Ya estaba llegando a Puente Saavedra cuando me empezó a dar angustia por tu cuerpo sin brazos. ¿Y si los extrañabas? Traté de hacerles entender el problema, probé con caricias y frotándolos contra mi pecho. Pero imposible. Más les hablaba, más se aferraban a mi cuello.
Por eso te escribo esta carta.
Quería pedirte que me perdones. Decirte que no te los robé propósito. Que prometo cuidarlos y acariciarlos todos los días. Y que los alimento con agua fresca cuando me lo piden. No te preocupes por el frío, no se van a resfriar porque duermen conmigo; yo les permito que se desenrosquen de mi cuello y que se aferren a mi cintura. A la mañana aparecen perdidos entre mis piernas. Entonces, yo los levanto y los anudo a mi cuello.
Ya no me molesta lo que dice la gente cuando nos ve en la calle. ¡Es que estoy tan enamorada de ellos!Espero que puedas entenderme si no te los devuelvo.

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